domingo, octubre 2

NFL MEXICO: ESTA VEZ LA PELOTA ES UN OVOIDE...

Por RAFAEL RAMOS

Una multitud abarrotó el Azteca para el juego de 49ers y Cards

MÉXICO, D.F. (ESPNdeportes.com) -- Tres horas antes, con el reloj de la ansiedad urgiendo a los segundos que se hicieran minutos y a los minutos que se hicieran horas.

Tres horas antes. Como si dentro de la Catedral del fútbol mexicano fuerana estar los ìconos de siempre, con los sueños de nunca.

Pero no, en las camisetas, en la cirugía efímera del tatuaje en cada rostro, en las banderas, los banderines, las gorras y los cascos, las toallas y las almohadillas no estaban los de siempre, estaban los que se han hecho huéspedes semana a semana, domingo a domingo, lunes a lunes por la noche.

La NFL enviaba a dos de sus embajadores a ponerle historia e histeria al Estadio Azteca, y a su hidra viviente de 104 mil cabezas.

La NFL enviaba, a través del aparador mundial de ESPN, a un equipo arraigado en los afectos y las memorias de los mexicanos, los 49s de San Francisco, quienes llegaron para quedarse en los archivos de los recuerdos y de la pasión de los mexicano en esa época tan dorada bajo el bastón de mando de Joe Montana.

No llegan los 49s en su mejor momento. Esta vez el oro histórico se ve rebasado por la deuda roja de su racha negativa en la temporada.

Pero este es amor del bueno.

Por eso, en tallas normales, sobre siluetas relativamente normales, aparecen los 49s "versión totonaca" como se dicen entre ellos mismos los aficionados.

Las camisetas rojas con el distintivo en oro se pasean por la explanada del Azteca, se regodean y hasta ensanchan los hombros, sumen la cervecera panza y sacan al pecho castigado de esmog y de cigarros.

Por esos en los números dorados de las dorsales escarlatas aparecen el 13 de Tim Rattay, el 32 de Kevan Barlow, el 44 de Steve Bush y el 83 de Armaz Battle.

Un atrevido se pone la franela 74, comprada a ocho dólares en los puestos de la fantasía y la imitación, no importando que el propietario original, Reggie Wells de los Cardenales de Arizona, lo supere con 80 kilos de peso, menos grasa, más músculo y un poco, sólo un poquito, más rubio y más blanco.

Pero es el fenómeno de la idolatría. Hoy soy él por un poco más de cuatro horas. Sin importar la diferencia de raza, sexo, volumen, peso, religión y nacionalidad.

Hay frustrados. Un tipo de dos metros de alto por tres de fondo se enoja porque no tienen de su talla una camiseta de los 49s. Y se enoja más cuando el vendedor lo bromea. "Pues aquí no vendemos lonas para cubrir trailers, carnal".

Pero es una fiesta de edades. Sin edades, pero con edades. Como los equipos infantiles de diferentes colegios que ordenados, disciplinados -principio básico de este deporte-- esperan tres horas, bajo el sol, y con sus arreos del respectivo juego dominical bien puesto.

En las explanadas del Azteca florecen los negocios. Sobre todo los de comida. Los tacos, que los taqueros juran y perjuran son de res y de cerdo, aunque tengan un ligero sabor a canino, se ofrecen enchilados, sin enchilar, mezclados con papas, nopales y hasta en un suntuoso alambre norteño, que no es más que una mezcla grasosa y poco graciosa de salchichas, jamón y otros fiambres de dudosa caducidad.

Y por supuesto, cada manjar con su dosis de amibas y salmonella, acompañado de una Coca Cola. "Por favor démela bien fría, como beso de suegra", pide uno de los parroquianos que trata de cerciorarse que el taco de revoltijo que tiene ante sí, ya no se mueva, ya no respire.

Pero es parte del espectáculo que aguarda dentro del Azteca.

Y todos se preparan para ello, con pintas en las mejillas, con rostros pintados totalmente, con mantas que mandan, con la eficiente entrega puntual de la televisión, a sus familiares migrados a Estados Unidos.

"Saludos a mi familia en Idajo", escribe uno , y con jota, por aquello de que la "H" suele ser muda.

"Cuñado, ya manda pa' la leche de tus hijos", pide un desesperado con carga extra de parentela.

"Saludos a la familia Castro de Tejas (sic)", como si, evidentemente sólo hubiera una con ese apellido en ese estado.

Y los desadaptados. Los que apoyan a los Vaquerso de Dallas, los que que apoyan a los Patriotas de Nueva Inglaterra, los despistados que gritan por los Raiders (nunca más) de Los Ángeles, hoy avecindados en Oakland.

El estadio se va vistiendo de historia y de histeria. Se llena de fiesta. Algunos de los millones de seguidores de la NFL en México, tienen la oportunidad de saltar del sillón de casa al del estadio para palpitar, para vivir a plenitud, para ser parte activa y no sólo de poltrona, de la magia del futbol americano profesional.

La NFL es el segundo deporte que siguen los mexicanos por televisión. Si había dudas, el rebosante Estadio Azteca es una muestra.

Adentro la tribuna se pinta de rojo.

Pero no de rojo Cardenal, no de rojo Arizona.

Sino del rojo de la memoria por los 49s de un pasado no tan reciente, se viste de rojo por los recuerdos. Se viste de rojo por la generación de Montana y Rice.

Esta vez no hay pelota.

Esta vez es un ovoide.

Y lo saben, los 104 mil lo saben y lo sienten.

Son parte de una jornada histórica en la NFL, el segundo de sus afectos de sillón en fin de semana.